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Ariel Fabián Gómez: El Viejo



Ariel es periodista y escritor de mi ciudad, Villa Constitución. No solo es una alegría recibir un cuento suyo, sino saber que esta convocatoria para celebrar el aniversario fue la excusa ideal para escribir ficción después de mucho tiempo. ¡Enhorabuena! Su relato se titula: "El viejo". Su blog periodístico: Periodismo villense


El Viejo


Los ojos del viejo fulguraron con fuego propio sobre las llamas que nos separaban en la desolada noche que albergaba nuestros cuerpos cansados y mancillados. La hoguera, entiendo ahora, lejos de separarnos, nos unía. No en términos de cercanía sino en lago más vago, más abstracto. Quizá debo decir que fundía nuestras energías, o algo así; no quiero adentrarme en el terreno metafísico.
El viejo volvió a mirarme, su barba sucia permitía sin embargo adivinar una profusión de canas, que enmarcaban una boca obscena, maloliente y poblada por unos pocos dientes ennegrecidos. Su media sonrisa me provocaba una extraña incomodidad, un sutil temor. Volvió a clavar sus ojos fulgurantes sobre mi.
-Tengo una historia para contarte, me dijo tras pasar la lengua sobre sus labios resecos.
Me sobresalté. Sentí que sus palabras me atravesaban como lenguas de hielo. No esperaba ese ofrecimiento.
Sus ojos, por el contrario, parecían quemarme el alma. No supe que decir, intuía que su invitación a escucharlo ocultaba algo más profundo, por el momento insondable para mi. A mi alrededor la noche pareció adquirir cierta consistencia repugnante, como si el espacio se fuera condensando, tomando una densidad palpable. Volví a estremecerme. Quise evitar su mirada, no pude.
El viejo volvió a pasar la lengua sobre sus labios, amplió su sonrisa y repitió: -Tengo una historia para contarte.
A la par, su cuerpo pareció exhalar un hedor indescifrable que se extendía como si fuera una sustancia palpable que crecía y me rodeaba. Tuve miedo y las palabras se quedaron en mi garganta, apretujándose con un dolor causado por ese grito de negación que, a su vez,  se negaba a estallar. No podía siquiera hablar, quería decir que no, buscar excusas para no oírlo, pero desde mi interior subía un temor que me ahogaba, no podía entender, no sabía qué pasaba, pero me sentía horrorizado y, lo que es peor, inmovilizado.
Algo me rozó, sentí que la piel se me erizaba, pero no pude ver qué era lo que se había acercado. Seguía con mis ojos unidos a los del viejo. Supe que el sabía lo que yo sentía, mi miedo, mi repulsión, la guerra en mi interior. Lo vi sonreír nuevamente.
-No quieres escuchar mi historia, dijo con cierto dejo de tristeza.
-Lástima, no sabes lo que te pierdes, agregó con un matiz parecido al rencor.
Bajó sus ojos un breve instante y luego volvió a clavarme su mirada. Sentí que mi cuerpo era presionado por miles de punzadas que penetraban por cada poro de mi piel.
Ahora, con sus ojos llameantes, se levantó. Me sentí flotar para luego caer dolorido y despatarrado por el piso pedregoso. El viejo comenzó a alejarse lentamente, rodeado por los violáceos tentáculos que conformaban su cuerpo irreal y monstruoso.
Antes de perderse en la oscuridad me dedicó una última y cruel mirada.
-Lástima –repitió-, no quisiste escucharme. Hubieras conocido la eternidad. Ahora estas condenado a ser solo un hombre, mortal y breve en el tiempo.
Lo vi irse como entre sueños, como en el final de un ritual eterno, circular y diabólico.





2 comentarios:

Netomancia dijo...

Sorpresa y alegría, Ariel. Porque volviste a la ficción y porque como representante de la vida cultural villense, te hiciste presente. Te agradezco infinitamente. Y tu cuento, muy a tono con el blog y sus diez años. Pero no adelanto nada, porque conozco a muchos que leen primero los comentarios y luego el relato!
Gran abrazo!

el oso dijo...

Muy bueno, Ariel. Muy en sintonía con el espacio creado por nuestro entrañable anfitrión.
Abrazos