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María Rosa Giovanazzi: El teatro



Una señora de las letras. Y muchas de ellas, plagadas de fantasmas, como las historias que a mí me gustan. Tuve la suerte de conocerla personalmente hace unos años, en Dunken. Le guardo gran estima y la considero muy talentosa. Fiel lectora del blog desde hace tiempo, nos trae de regalo uno de esos cuentos que nos ponen la piel de gallina: "El teatro". La pueden leer en Cuentos y Poesías


El teatro


No me hacía feliz la tarea que me habían encomendado, visitar el teatro Riera, encallado en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Debía sacarlo de circulación, según me habían dicho, era oneroso para la municipalidad. La gobernación intentaba recortar gastos no quería hacerse cargo de él. Demasiado antiguo y demasiados problemas edilicios, así lo había declarado el Concejo Deliberante provincial en su última sección.
Sólo el intendente me recibió con una sonrisa, los empleados de la oficina municipal, me observaron con gesto desdeñoso, yo era el monstruo que llegaba para devorar la joya antigua del pueblo.
El intendente me dejó en la puerta del teatro, alegando una reunión muy importante, comprendí que no deseaba encontrarse con la directora, que sería la encargada de llevarme a recorrer las instalaciones.
La fachada gris del Riera me predispuso mal, puertas remendadas, veredas rotas y una nostalgia que se adivinaba en cada detalle. En el hall de entrada, una mujer de unos sesenta años me esperaba me tendió la mano con gesto adusto.
—Soy Sarita Bermúdez Prieto, la directora del teatro.
Hizo una seña para que la siguiera; Sarita vestía con elegancia, estaba preparada para una noche de gala. En las paredes, los afiches descoloridos mostraban los rostros de muchos actores del viejo cine: Tita Merello, Sandrini, Sarita Montiel, Aurora Bautista…. y otros arrumbados en la memoria del tiempo.
Mantenido con esfuerzo, el edificio del teatro no daba más, el techo de chapa y sus molduras quebradas admitían que los días de lluvia el salón principal se convertía en un lago. Los camarines hacía tiempo no se usaban, en sus espejos manchados por la infiltración de agua, nuestra imagen pareció retorcerse, salimos a los pasillos y allí las paredes descascaradas mostraban la triste sonrisa de sus ladrillos originales, el olor a humedad brotaba de ellos y me cerraba el estómago.
—El teatro tiene más de cien años, fue diseñado por un arquitecto alemán y construido con los mejores materiales del momento, su acústica es perfecta; El gobernador debería ayudarnos a mantenerlo…
La voz de la directora se quebró, caminaba unos pasos adelante y trataba de ocultar su emoción, su figura por momentos se desdibujaba, mi estado nervioso me afectaba la visión.
—Señora —le dije— mi tarea no es grata pero en mi informe dejaré constancia de sus palabras.
—Aquí actuaron grandes actores del cine nacional y del extranjero, María Callas cantó en este escenario, también Beniamino Gigli; el teatro Riera fue la vida de nuestra ciudad y con mucho esfuerzo lo mantuvimos en pie, pero ya no podemos más y por lo visto al estado provincial sólo le interesa el valor que puede redituarle el predio.
Íbamos recorriendo los pasillos que llevaban al escenario, entre cortinados de terciopelo rojo con un olor agrio e indefinido, y en un momento me perdí.
—¿Señora…dónde está? —dije en voz alta.
No respondió.
Las luces comenzaron a titilar hasta apagarse. No me gustó, comprendí que intentaban asustarme.
—Aquí estoy —dijo la directora.
—Por lo visto la instalación eléctrica funciona mal —le dije.
—No, la instalación es nueva, la que juega con las luces es Mariana, nuestro fantasma.
—¿Fantasma? —No me había equivocado, intentaba asustarme.
—En todo teatro existen fantasmas, los actores no abandonan el lugar donde fueron felices, existe una carga emocional muy fuerte, no sólo Mariana lo habita, hay tardes en que se escuchan murmullos de voces y risas que han quedado entre estas paredes.
—Señora yo no creo en esas cosas.
—Debería creerlas… — y su voz sonó burlona.
Volvió la luz. Seguimos recorriendo el teatro.
—Los techos son un peligro —dije observando las chapas que asomaban— La mampostería no llega a sostener su peso.
La cara de la señora Sarita era de piedra, le pedí ver la parte de atrás del escenario, me di cuenta de que lo había omitido y quería saber el por qué.
Allí, las sogas que pendían entre los cortinados eran antiquísimas; maderas arrumbadas y restos de butacas dibujaban un paisaje de vejez y desidia. Una rata cruzó frente a nosotras, grité y di un paso atrás, tropecé con un listón y caí pesadamente al suelo; me levanté y al intentar preguntarle a la directora por qué estaba tan abandonada esa parte del teatro, nuevamente se había esfumado.
—Definitivamente, está mujer pretende espantarme —me dije.
Intenté salir de allí y no lo logré. Alguien me observaba entre bambalinas, intuí su presencia, el movimiento de los lienzos que colgaban del techo me estaban asustando. Me perdí entre cucarachas, ratones y telarañas que daban al lugar un ambiente de terror.
—Señora Sarita —dije en voz alta. Su voz me llegó lejana.
—Siga adelante y doble a la derecha.
Obedecí y, sin saber cómo, me encontré en el escenario. Desde allí, las butacas vacías daban tristeza.
En la entrada a la sala, una mujer alta de cabello canoso me hizo señas con la mano.
—¡Hola! —me dijo y se acercó.
Bajé por una escalera del costado y me acerqué a ella, era tan delgada que murmuré entre dientes: Lo único que me falta es que sea el fantasma del teatro. La mujer llevaba un equipo de gimnasia Adidas, demasiado moderna para ser un espectro.
Sonriente, extendió su mano y me dijo:
—Hola, usted se adelantó a la cita, me dijeron que llegaría a las diez de la mañana…soy Juana Calvo de Aranguren, la directora.
Creí que me desmayaría en ese mismo momento.
¿Con quién había recorrido el teatro?
No dije nada de lo sucedido, la directora se burlaría de mí y en tono casual comenté:
—Tenía entendido que la directora se llamaba Sarita Bermúdez Prieto…es el nombre que me dieron en la gobernación.
—Ah cómo se nota que en la gobernación no nos tienen en cuenta — expresó sonriente— seguramente ni han renovado nuestro historial, Sarita fue la directora hace sesenta años… 






2 comentarios:

Netomancia dijo...

Mariarosa, todo junto. Con sus historias fantasmales y románticas, de susto y de aprendizaje. Lectora de hace tiempo, que siempre, al encontrar su comentario, me arranca una sonrisa. Cuando la leo, por ahí me eriza la piel. Y sabiendo que me gustan esas historias, me regaló una, la que acaban de leer que es fantástica.
Muchas gracias!

Anónimo dijo...

Querida amiga María Rosa....el cuento es verdaderamente una obra de arte...pero ya te conozco bien,,,,A la mitad de la lectura, me imaginé el toque brillante, sagaz, inesperado...Muy,...muy bello. Como aspirante a escritor,...me haces sentir una sana envidia...como crítico, te aplaudo con admiración. Un abrazo afectuoso y cálido JUAN ANGEL PETTA