Diego Scaravaglione: Cuestión de números

Amigazo, de esos que la distancia no logra apartar. No importa los kilómetros que nos separen, ni los años que tardemos en darnos un nuevo abrazo. Con Diego, siempre es hoy. Compartimos Villeraturas y cientos de recuerdos previos. Escribe como los dioses y extraño sus textos. Este fue un delivery desde Madrid, especialmente por los 10 años. Gracias genio.


Cuestión de números

Quizás Ernesto pensó que sólo se trataba de eso. Le sacó punta a su querido lápiz Faber Castell negro 9000 HB y prosiguió con sus cálculos aritméticos.

Rebatir la teoría de cuerdas no era su intención, pero tampoco lo era aceptar el error que el Profesor Dominguez había dejado escapar en su artículo número 10, publicado en la revista de divulgación científica “Décimos” del pasado mes de Junio. Para ser más exactos, del día 18 de Junio. La exactitud era quizás el rasgo más característico de Ernesto, y por eso (y otros motivos), no podía permitir que un maldito decimal le arruinara su carrera profesional.

Años y años de estudios habían conducido a un mismo resultado. La ecuación de la décima fila no podía estar equivocada. 18062004 equivalía a 10,1; ya sea en éste universo o en otro aún no descubierto en los laboratorios del CERN.

Ernesto estaba convencido que podía demostrar que el último decimal era erróneo. Se quitó las gafas y mientras presionaba fuertemente el lápiz sobre el papel pensaba en todas las variable posibles para la ecuación.

Pero todo esfuerzo parecía en vano. Los números no salían de la punta de aquel lápiz ni tampoco de sus cavilaciones más profundas.

Parecía que los juegos macabros del universo se habían complotado contra él.

En un arrebato de furia Ernesto ejerció un impulso en su brazo derecho que terminó por quebrar la punta de grafito del lápiz. Aquella pequeña detonación esparció por toda la hoja finas motas de polvo que se dispersaron en extrañas formas.

Ante tal asombro Ernesto cogió sus gafas y dirigió una mirada minuciosa al festín de grafito que se le presentaba. Necesitaba acercarse más, ser minúsculo para encontrar la respuesta; pero era algo imposible.

Con nervios abrió el cajón de su escritorio y tomó la lupa negra de metal que había heredado de su padre. El lente de sus gafas y la potencia de aquella lupa le ayudarían a enfrentarse a la realidad. Esa casi ingenua explosión del lápiz había generado una matriz de ondas que giraban lentamente sobre la coma que separa el número 10 del 1.

Parecía que aquella coma que Ernesto tanto detestaba era el eje de ese cosmos manométrico que serpenteaba sobre el papel. No quedaban dudas al respecto. Aquella coma estaba equivocada. El Profesor Dominguez lo sabía pero no había tenido las agallas para eliminarla.

Sin embargo, Ernesto no era ese tipo de profesionales. Lo suyo era la exactitud, la perfección. Sin dudarlo cogió la goma de borrar y eliminó rotundamente aquella coma que separa el 10 del 1 y que a la vez sostenían aquellas extrañas partículas de grafito.

Dos lustros tuvieron que pasar hasta que el Profesor Dominguez halló, casi por casualidad, la hoja con los resultados obtenidos por Ernesto. Lamentablemente, él ya no se encontraba presente en el universo que compartimos para poder ver la reimpresión del número 10 de la revista “Décimos” con el artículo rectificado.

La desaparición de aquella coma había liberado al número 10 del lastre de sus decimales y se había llevado con ella todo lo que le rodeaba.

Cuestión de números. Quizás Ernesto pensó que sólo se trataba de eso.